Amo mi cabello, mi piel, mi rostro, mi boca, ojos y cejas tan bien definidas; mis uñas (antes de comermelas), mis nalgas y senos de tamaño justo lo mismo que mis canillitas y ombligo... y la cintura... es... aceptable.
Entiendo que la mujer ha tenido que vivir por mucho tiempo siendo la sombra del hombre en la sociedad (cosa que aún se ve en algunos sitios) y que ha tenido que sufrir humillaciones y maltratos por su condición de mujer. Entiendo que los tiempos cambiaron, que las mujeres cambiaron y que hoy en día merecen gozar de los beneficios que por tanto tiempo se les negó. Pero, no creo que en este mundo tan grande la mujer necesite minimizar al hombre para ser grande. Creo que dos brillan mejor que uno y que si uno quiere opacar a otro es porque no está seguro de su propio brillo.
Un día como hoy pero diez años atrás, una neoyorquina regresó de París a "La Gran Manzana" para vivir su cuento de hadas. Y lo hizo de manos de la persona en quien encontró ese amor "ridículo, inconveniente, consumidor e incapaz de vivir sin el otro" que andaba buscando.
Él la llevaba de la mano, caminaban lento y al compás mirando la noche. Habían pasado un buen rato juntos; cenaron, rieron, bailaron, hablaron muchísimo y ya era hora de ir a sus casas.
Dijeron las palabras exactas, en el tono correcto y las complementaron con eso que llaman un lenguaje corporal acertado. Supieron además, jugar con las miradas y uno que otro roce.
Al principio no me lo creía. Estaba loca por despertar del que según yo era un sueño; de varios días pero sueño al fin.